Hace tres años murió, cuatro años desde que supimos que estaba muy enferma y durante treinta y ocho años tuve el placer de conocerla.
De vez en cuando hojeo internet buscando noticias sobre ella, como si fuese posible encontrar algo nuevo que no haya leído aún. O como si alguno de los textos o imágenes que veo me ayudasen a traerla de nuevo. Es un ritual que repito de forma periódica, un mantra que aparentemente calma esa sensación de vacío y pérdida.
Desde hace cuatro años siento que el tiempo estalló con furia y al caer quedó paralizado. Hoy miro la distancia y me asombra que hayan transcurrido tantos días desde que el mundo comenzó a girar demasiado deprisa para quedarse en él. Una parte de mí decidió sentarse en una esquina y verlo pasar. Amigos llegaban, amigos se iban. Otros permanecían. Te quedas quieto, muy quieto, casi inmóvil y el mundo continúa girando aunque tú te empeñes en vivir ajeno a él.
No sé muy bien qué contar sobre Eva. Parte de ella me anclaba a la vida, la hacía por un lado más real y por otro más extraordinaria. Pero no era un ser extraño ni mágico. Tenía esos defectos que aprendes a querer porque son precisamente los que hacen tangibles, maravillosas y únicas a las personas que amas.
Hoy decido caminar de nuevo, reimaginando su risa. Y es que Eva tenía esa risa franca y contagiosa que solo pertenece a los niños. Cuatro años son demasiados para permanecer quieta. Hoy le dedico esto.
Hace cuarenta y siete años que nació, y cuarenta y uno desde que la conocí.
hermoso... simplemente...
ResponderEliminarMuchas gracias Silvina.
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